Artus radiaba de felicidad, sonreía por todo y a veces se quedaba mirando el vacío, fascinado ante algo que sólo él podía ver. Todas las noches la llevaba a su habitación, todas las noches reían y se susurraban al oído. Sin duda su secreto no iba a durar eternamente, pero ambos estaban subyugados a una pasión más allá del raciocinio.
Morgana se había abrazado a él, cubierta sólo por una piel de oso que calentaba la cama, mientras dejaba que él la acariciase la espalda con su mano demasiado grande.
- No quiero acabar como tu madre.- dijo ella al fin, llevaba tiempo dándole vueltas a un pensamiento tenebroso.
- ¿Cómo?
- Artus, no quiero tener un bastardo tuyo.
Él se reclinó obligándola a moverse y alzar la cabeza para mirarle.
- ¿Estás encinta?
- ¡No!, no es eso Artus, aún no. Pero quizá algún día… Creo que debería hacer caso a mi hermano, alejarme de ti, quizá ir al monasterio…
- Ni se te ocurra irte.- exclamó enfurecido.- ¿Cuándo te dijo Keu eso?
- Hace unos días, sabe que acudo a ti por la noche. Me regañó. Pero eso no me preocupa, sin embargo hay otras cosas que sí. Si quiero tener algún día mi propia vida, mi lugar… así no podré. Y tú tampoco.
- ¿Cómo que yo tampoco? ¿Qué sabes tú de lo que yo quiero de la vida?- gritó alejándose de ella. Enfadado y aturdido.
- Sé lo que cuentan de ti. No soy la primera en dormir bajo esta piel de oso y probablemente no seré la última.
Artus volvió a sentarse en el lecho, acarició el cabello rojo, observó la mirada preocupada de Morgana y quiso abrazarla, apretarla tan fuerte contra sí, sentir su calor, su olor, su respiración.
- No, tú no eres otra más, eres mi familia, eres mi carne y mi deseo jamás será satisfecho si no es en ti. Serás mi esposa, serás mía y sólo mía.
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