miércoles, 4 de noviembre de 2009

Chucho....

Chucho se había puesto malo. Vomitó todo su pienso en el suelo, pero no se quejó. Ella no lo vió hasta la mañana, cuando casi lo pisa. Había vomitos por toda la cocina.

El perro estaba tumbado en la alfombra del salón, respiraba lentamente y le salían moquillos de la nariz. Se asustó tanto que se quedó paralizada sin saber qué hacer. Cuando las lagrimas se amontonaron en los ojos se arrodilló a su lado, después de coger el movil para llamar al veterinario y a un compañero de trabajo, para que la ayudase a trasladar a Chucho hasta la clínica. Pesaba muchísimo.

La cabeza le colgaba, los ojillos cerrados, un lígero gemido se coló entre sus colmillos. Suero, agujas, el perro quieto, miradas preocupadas. Espere fuera. Le ingresamos. Vuelva a casa, ya la llamaremos.

Ahora entendía por qué esa noche no la despertó. Regresó a su casa, tan vacía.

lunes, 19 de octubre de 2009

En sueños...

Por fin podía estrenar el abrigo. El frío la despabiló de golpe, mientras el perro olisqueaba un árbol marcado con el olor de otros. Bostezó tapándose la boca con el pañuelo que llevaba enrollado al cuello. No se había peinado el pelo ni se había lavado la cara, las urgencias del perro hicieron que se vistiese apresuradamente, sin pensar.

Aún sentía el cuerpo magullado. Su mente ya no distinguía si había descansado o no, pero sabía que pronto no aguantaría el cansancio. En algún momento debería elegir entre los sueños o esa realidad difusa del café mañanero.

Anoche Chucho era un lobo, un gran lobo grisáceo, de enormes colmillos blancos. Anoche ella era un hada, de alas abiertas y vaporosas, de espada en mano, de mirada fiera. Y cómo la gustaba….

Si pudiese conseguir no despertar nunca….

jueves, 15 de octubre de 2009

En sueños

Sonó el despertador, con su melodía más estridente. Un brazo surgió de debajo de un edredón blanco. La melodía calló de golpe.

El perro se subió a la cama, dio tres vueltas alrededor de sí mismo antes de tumbarse, hecho un ovillo, encima de sus piernas.

- Maldito perro.- gruñó una voz somnolienta.

Empujó el edredón de un golpe, destapándose ella y tapando al perro, que ni se inmutó. Sentada al borde del colchón sintió como de la espalda surgía un chasquido. Estiró los dedos de los pies sobre la alfombra, alzó los brazos por encima de su cabeza y bostezó. El perro levantó la cabeza.

- Estoy cansada Chucho, culpa tuya, que lo sepas.

El perro ladeó la cabeza y levantó la oreja.

Se dirigió a la cocina, hacía unos meses que se había comprado una cafetera automática, con reloj, que se ponía en marcha a las ocho de la mañana, así el olor del café recién hecho era un incentivo para levantarse.

- Café, café, café.- tarareó mientras se frotaba los ojos para quitarse las legañas. Después se sirvió el café en una taza, añadió sacarina y leche. Bebió todo el contenido sin respirar. Se sirvió otra taza.

El vecino de enfrente subió las persianas de su habitación, la de arriba puso la radio y el de al lado se enjuagaba la lengua con gárgaras. Las paredes eran de papel. Por la noche se oía la tele, la música y los ronquidos de los demás. Salvo los de ella.

Era por las noches, cuando Chucho la despertaba en sueños, convertido en un enorme lobo gris. Cuando corría descalza por los prados. Cuando vivía.

Se acordó de algo y se miró el brazo. Ahí seguía la herida, alargada, con sangre seca, profunda y dolorosa.

Sonrió.