martes, 30 de agosto de 2011

Hiedras

Sentado sobre el frío trono de mármol deja de sentir poco a poco sus doloridos sus huesos, helados por un viento fantasma que congela todo lo que toca y que sólo siente él.
Las hiedras recubren los muebles, las paredes y poco a poco los vanos de las ventanas, pero sin atreverse a acercarse a él, dejándole con sus pensamientos, con el rictus de serenidad, la templanza en la mirada.
Frunce el ceño como única queja y aprieta los labios, sin moverse un ápice, sin estirar las manos aferradas a una vieja y oxidada espada. Le quedan sus recuerdos, cuando era joven y se bañaba en el río, cuando reía a carcajadas bebiendo vino, cuando cabalgaba horas y horas sin cansarse.
Rememora las costas bravías, las montañas y bosques nevados, los campos de olores profundos.
Inspira profundamente el denso aire, le constriñe la maldita coraza de metal, pero sigue inmóvil mirando el horizonte.
A sus pies la corona que hace tiempo se quitó, que le pesaba demasiado en la cabeza. Cierra los ojos para dormir, sin cambiar la postura.
Y así sigue Arturo, el gran rey, el fundador de Camelot, esperando que le vengan a buscar.




Arturo en imagen de Nigel Terry (de la película Excalíbur de John Boorman, probablemente una de las mejores hsitorias de Camelot jamás contada)