Sentado sobre el frío trono de mármol deja de sentir poco a poco sus doloridos sus huesos, helados por un viento fantasma que congela todo lo que toca y que sólo siente él.
Las hiedras recubren los muebles, las paredes y poco a poco los vanos de las ventanas, pero sin atreverse a acercarse a él, dejándole con sus pensamientos, con el rictus de serenidad, la templanza en la mirada.
Frunce el ceño como única queja y aprieta los labios, sin moverse un ápice, sin estirar las manos aferradas a una vieja y oxidada espada. Le quedan sus recuerdos, cuando era joven y se bañaba en el río, cuando reía a carcajadas bebiendo vino, cuando cabalgaba horas y horas sin cansarse.
Rememora las costas bravías, las montañas y bosques nevados, los campos de olores profundos.
Inspira profundamente el denso aire, le constriñe la maldita coraza de metal, pero sigue inmóvil mirando el horizonte.
A sus pies la corona que hace tiempo se quitó, que le pesaba demasiado en la cabeza. Cierra los ojos para dormir, sin cambiar la postura.
Y así sigue Arturo, el gran rey, el fundador de Camelot, esperando que le vengan a buscar.
Arturo en imagen de Nigel Terry (de la película Excalíbur de John Boorman, probablemente una de las mejores hsitorias de Camelot jamás contada)
Me gusta mucho tu estilo. Es muy intimista. No estoy acostumbrado a leer algo con esa retórica. Toda una metáfora a la madurez del ser humano.
ResponderEliminarSe lee muy bien (aunque he de reconocerte que me cuesta por la fuente usada) Voy a leerte más, que me ha gustado. :-)