lunes, 31 de octubre de 2011

Caudillo XXIX

Keu esperaba la llegada de las provisiones junto con el cocinero y el jefe del almacén. Releía una y otra vez lo que había apuntado en la lámina de arcilla. Les vio llegar, eran un pequeño grupo de hombres que caminaba al lado de tres carretas bien cargadas. No distinguió a Merlín hasta que éste no le sujetó el hombro mirándole sonriente.

- ¡Merlín! ¿Eres tú?

- ¿Quién iba a ser? Pequeño Keu te has hecho mayor.

- No más que tú.- rió la mano derecha del rex. Miró al muchacho que acompañaba a su amigo y se giró como si buscase algo más.- ¿Y mi hermana?

- Está bien, pero no ha venido aquí.- dijo el mago bajando el tono de voz.- Te añora… luego te diré donde se encuentra.

Keu fue reclamado por los hombres de la caravana, que explicaron emocionados como gracias a la presencia del joven que acompañaba al mayor no había sucedido una desgracia.

- Señor, el muchacho dice que es hijo de una dama del lago, y no me extrañaría porque ninguno de los míos habría hecho semejante locura.- se carcajeó uno, mientras Keu arqueaba las cejas con la vista en dirección del recién llegado, que se erguía pavoneándose.

Otros de los que acudían o salían de la aldea fortificada se pararon a escuchar una historia que cada vez se plagaba de más florituras.

- Sin duda mi señor Artus querrá conocerte, siempre necesitamos hombres fuertes. Y ninguno puede ser mejor si viene acompañando a mi amigo Merlín

domingo, 30 de octubre de 2011

Caudillo XXVIII

A lo lejos divisaron un grupo caravanero de gentes, que se movían con paso constante pero lento. Merlín decidió unirse a ellos en busca de protección mutua.

Debían atravesar zonas abruptas y poco transitadas, mientras a lo lejos se oían los aullidos de los lobos, cada vez más y más cerca, acuciados por el hambre.

No era normal que se mercadeara en invierno, pero el rex había solicitado provisiones a algunas aldeas para festejar un banquete con todos sus hombres más cercanos. Se iba a celebrar la llegada de dos sobrinos de Artus, hijos de Enna y Lot que entraban en la edad de entrenarse para batallar al lado de su tío. Debían de tener unos pocos años menos que Galaad.

Estando ya muy cercanos al fortín del rex, los lobos atacaron. Fue un acto impropio de la manada, pero se lanzaron sobre un buey que hacía unos días se había lastimado una pata y cojeaba al andar. La bestia al sentir el ataque intentó correr entre mugidos lastimosos, acarreando consigo una de las carretas.

Entre los gritos de los hombres que intentaban asustar a los lobos Galaad corrió tras la carreta. Se abalanzó sobre el buey soltando empellones a un par de lobos que ya se habían aferrado a los cuartos traseros del animal. Dos hombres se atrevieron a ayudarle golpeando a los lobos con garrotes. Entre colmillos y ojos fieros el muchacho consiguió obligar a la pobre bestezuela a frenar, pisoteando a una de las fieras que resbaló entre sus pezuñas. Sujetando la cabeza cornuda Galaad sacó el cuchillo que utilizaba para desollar, procurando defenderse. Por fin y gracias a los perros que llevaban consigo, los lobos emprendieron la huida, dejando algún cuerpo caído.

Galaad resopló recubierto de sudor a pesar del frío, se sujetaba el brazo herido. El buey cayó al suelo sin poder sostenerse entre el goteo de su propia sangre, le habían mordido en el cuello, abriéndole una herida que manaba en un reguero. Los aullidos a lo lejos dejaban claro que volverían al ataque.

Merlín sujetó al muchacho mientras curioseaba la herida. Los hombres separaron el carro de la bestia malherida, mientras agradecían no haber perdido gran parte de los víveres, que empezaron a repartir en los otros carros. El pobre rumiante quedaría agonizante tras ellos haciendo que, con un poco de suerte, los lobos no les siguiesen.

- Gracias a tu hijo hemos salvado el festejo del rex.- dijo uno de los hombres a Merlín. Cuando los nervios ya se habían calmado y Galaad portaba orgulloso el brazo cubierto de ungüentos y vendas.

- No es mi hijo. Es hijo de una hermosa ondina.- respondió Merlín.

- ¿Ondina?.- preguntó extrañado uno

- Una Dama del Lago

sábado, 29 de octubre de 2011

Caudillo XXVII

Morgana ocultaba su cabello bajo un velo y ahora era conocida como Morgause. Todo lo que había aprendido de Merlín e incluso de Niniana estaba valiéndole para crearse una fama que recorría aldeas contiguas. Gentes enfermas y doloridas tocaban su puerta en busca de paz y alivio. Mordred les hacía hueco frente al hogar, donde servía caldo si les sobraba. Era un buen aprendiz y ya era capaz de traer las plantas que necesitaban sin necesidad de preguntar a su madre constantemente.

Cierta mañana nubosa se presentó en su choza una muchacha, casi niña, de cabello castaño y rizado, que se arrodilló ante ella con la mirada triste.

- He oído.- dijo la chiquilla.- que tú sabes cómo hacer para no tener… hijos.

Morgana la observó tranquilamente. Llevaba buenas ropas y afuera se oía a gente con caballos que la debían de estar esperando. Era de buena familia, y ni siquiera se había preocupado por ocultarlo, los pendientes y el colgante de oro lo reafirmaban.

- ¿Cuál es tu nombre?.- preguntó Mordred, que se encontraba acuclillado ante la hoguera mientras la avivaba.

- Me llaman Guinever.- dijo ella con voz temblorosa.

Mordred se alzó súbitamente reconociendo el nombre, temblando sus brazos y prietos los finos labios, a punto de lanzarse sobre la recién llegada cuando su madre le sujetó por los hombros y le pidió acudir a por raíces al bosque.

- ¡pero madre!.- gritó él

- Haz lo que te digo Mordred, vete ahora mismo y déjame a mi.- dijo ella con un tono gélido y autoritario. El muchachito sabía bien lo que significaba ese tono y decidió obedecer aunque antes de salir escupió todo su odio en una mirada hacia la joven.

Tras verle marchar Morgana volvió a enfocar su atención a la niña.

- ¿Por qué deseas no tener hijos?

La chica suspiró y sollozó.- No quiero darle hijos a mi marido. No quiero tener nada suyo.

- ¿Te ha hecho daño?.- preguntó asombrada la mujer mientras se sentaba

- Nunca me ha pegado si es lo que preguntas…. Pero a veces, a veces me mira y creo que lo desearía. Sólo le detiene mi padre, sino yo ya estaría muerta.- gimoteó con la nariz goteando.

Morgana caviló en silencio, frotándose las manos heladas. Era tan sólo una niña asustada, no podía odiarla, es probable que ni siquiera supiese que Artus estuvo casado antes.

- Si el niño decide agarrarse a tu vientre no se podrá hacer nada, sólo puedo hacer que sangres todos los meses y sólo si tomas lo que te voy a dar dos veces al día todos los días. ¿Entiendes?

viernes, 28 de octubre de 2011

Caudillo XXVI

Merlín estaba mayor para el viaje, por eso Morgana había insistido en acompañarle. Creía que ya nadie se acordaría de ella y que no supondría ningún peligro. Sólo Niniana se negó a seguirles. Según ella la iban a necesitar más en el bosque. Galaad se despidió de su madre entre efusivos abrazos y algún lloro, pero ya era casi un hombre y erguido en porte orgulloso montó en el barco que les alejaba. El viejo prometió regresar lo más pronto posible, mientras ocultaba los ojos enrojecidos. Le había prometido a Niniana cuidar de su hijo hasta que Artus le honrase, creía que el caudillo no se negaría, pues sabía bien que Merlín siempre le había apoyado en el pasado. Pero no deseaba perder demasiado tiempo lejos de su amada, en cuanto Galaad estuviese cobijado no dudaría en regresar.

De todos sólo Mordred parecía feliz con la idea del viaje. Le roía la curiosidad sobre las tierras de donde venía, deseaba conocer al hermano de su madre y descubrir los parajes de los que tanto le habían hablado. Galaad, siempre a su lado, se refugiaba entre el abrigo de pieles para que nadie le viese húmedos los ojos. Jamás había estado separado de su madre. Niniana le hizo prometer que sería aún más admirado que Artus y que jamás miraría atrás si no era recubierto en oro. No quería decepcionar a su propia madre, y menos aún a Lug el dios de todos, sobre el que había jurado.

El paisaje nevado se extendía hacia el horizonte, mientras el viento helado calaba en los huesos. De vez en cuando en alguna aldea eran alojados a cambio de alguna curación, pero pocas veces recibían alimento, que escaseaba para todos. Tampoco Galaad tenía suerte cazando en los bosques y las más veces acababan masticando raíces, que no nutrían pero sí apaciguaban el hambre.

Comenzaban a estar demasiado cerca de la Gran sala de Artus, y Morgana remoloneaba al avanzar, temiendo que aún pendiese sobre su cabeza la amenaza de muerte. Decidió quedarse en una aldea algo alejada, cuidándose como matrona y curandera al lado de su hijo. Merlín lo comprendió pero continuó el camino apoyado en la fuerte espalda de su hijastro. Las promesas siempre se debían cumplir.

jueves, 27 de octubre de 2011

Caudillo XXV

Merlín y Niniana dormitaban juntos, Galaad se encontraba jugando con el pequeño Mordred, vigilados por la mirada de Morgana. Era el momento que los amantes habían aprovechado para compartir unos dulces y cortos momentos. Niniana había sonsacado a Merlín toda su historia, aunque realmente no había necesitado mucho pues el viejo estaba perdidamente enamorado. La mujer había estado fraguando un plan en su mente y sabía que en muy poco tiempo tenía que culminarse.

Galaad era un chico robusto y fuerte, de grandes brazos pero rostro angelical, y su madre no deseaba que siguiese viviendo en el bosque. Estaba claro que estaba predestinado a algo grande, era valiente y no temía a la muerte. Por eso había empezado a camelar a Merlín, quería que regresase junto a Artus, pero llevando con él a su pequeño Galaad, sin duda le apreciarían y quién sabía si no podría acabar siendo señor de algunas tierras.

Morgana no apreciaba a Niniana. Sabía bien lo que se decía de ella, pero Merlín parecía tan feliz, tan absorto que jamás hizo caso a los rumores y si alguna vez Morgana quiso criticar algo de Niniana éste la mirada enfadado y se marchaba. Por ello Mordred era lo único en lo que ella quería centrarse y amar. Había heredado el cabello negro de su padre pero los ojos verdes de su madre. Era un niño audaz e inteligente, con mañas para el uso de la fuerza, pues no pocas veces había vencido a Galaad en alguna pelea.

Mordred curioseaba los arbustos, vigilaba a los insectos y atendía a las largas historias de Merlín. Amaba a su madre por encima de todas las cosas y atendía triste a las canciones sobre su padre y sus hazañas. Deseaba haber conocido a Artus, pero también le enfadaba pensar que les hubiese abandonado. De hecho eso era lo que más le dolía. Algún día, se juraba a sí mismo, haría que su padre comprendiese su gran error, haría que se arrodillase ante su madre para pedir perdón y después quizá le degollase.

Merlín se despertó y sonrió al ver a su lado a Niniana, que le miró zalamera mientras le besaba la barba desaliñada, algo que sólo hacía cuando quería pedirle algo.