jueves, 27 de octubre de 2011

Caudillo XXV

Merlín y Niniana dormitaban juntos, Galaad se encontraba jugando con el pequeño Mordred, vigilados por la mirada de Morgana. Era el momento que los amantes habían aprovechado para compartir unos dulces y cortos momentos. Niniana había sonsacado a Merlín toda su historia, aunque realmente no había necesitado mucho pues el viejo estaba perdidamente enamorado. La mujer había estado fraguando un plan en su mente y sabía que en muy poco tiempo tenía que culminarse.

Galaad era un chico robusto y fuerte, de grandes brazos pero rostro angelical, y su madre no deseaba que siguiese viviendo en el bosque. Estaba claro que estaba predestinado a algo grande, era valiente y no temía a la muerte. Por eso había empezado a camelar a Merlín, quería que regresase junto a Artus, pero llevando con él a su pequeño Galaad, sin duda le apreciarían y quién sabía si no podría acabar siendo señor de algunas tierras.

Morgana no apreciaba a Niniana. Sabía bien lo que se decía de ella, pero Merlín parecía tan feliz, tan absorto que jamás hizo caso a los rumores y si alguna vez Morgana quiso criticar algo de Niniana éste la mirada enfadado y se marchaba. Por ello Mordred era lo único en lo que ella quería centrarse y amar. Había heredado el cabello negro de su padre pero los ojos verdes de su madre. Era un niño audaz e inteligente, con mañas para el uso de la fuerza, pues no pocas veces había vencido a Galaad en alguna pelea.

Mordred curioseaba los arbustos, vigilaba a los insectos y atendía a las largas historias de Merlín. Amaba a su madre por encima de todas las cosas y atendía triste a las canciones sobre su padre y sus hazañas. Deseaba haber conocido a Artus, pero también le enfadaba pensar que les hubiese abandonado. De hecho eso era lo que más le dolía. Algún día, se juraba a sí mismo, haría que su padre comprendiese su gran error, haría que se arrodillase ante su madre para pedir perdón y después quizá le degollase.

Merlín se despertó y sonrió al ver a su lado a Niniana, que le miró zalamera mientras le besaba la barba desaliñada, algo que sólo hacía cuando quería pedirle algo.

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