lunes, 24 de octubre de 2011

Caudillo XXII

Habían atravesado el mar. Era la primera vez que Morgana se montaba en barco y no había dejado de vomitar entre continuos mareos. Pero había merecido la pena.

Se habían establecido en las cercanías de una aldea tranquila, donde las gentes acudían a Merlín en busca de ayuda, pociones, ungüentos, friegas e incluso a que les colocasen los huesos cuando se desencajaban. No era mucho lo que les daban pero sí lo suficiente como para sobrevivir.

Morgana no había tardado en dedicarse a un pequeño huertecillo en el patio de la casa, donde además de determinadas plantas que necesitaban para las medicinas podía cultivar coles, nabos y cebollas. E incluso habían comprado un lechón, con la esperanza de que creciera saludable y se convirtiese en provisiones para el invierno. Trabajando en el terruño había sentido las primeras contracciones. Se encontraba sola y no sabía a donde había acudido Merlín. Se sujetó la tripa con las manos, intentando calmarse.

Escuchó ruidos en la entrada y corrió con la esperanza de que Merlín acabase de llegar. Sin embargo era una aldeana, Morgana aún no entendía el idioma, pero entre gemidos se señaló el bajo vientre. La mujer asintió y entre palabras extrañas sentó a la muchacha. Había dejado unos huevos en una cesta, sin duda Merlín la había curado de algo, o quizá a alguien de su familia y ella trataba de compensarle.

La mujer sujetó la mano de Morgana para luego soltarla y salir corriendo ante su mirada estupefacta, sólo esperaba que fuese en busca del mago. Los dolores eran más intensos aunque parecían calmarse cuando caminaba en círculos, sentía calambres en las piernas y ya no sabía qué hacer para apaciguar el dolor.

A lo lejos divisó la figura de Merlín que se acercaba. Intentó levantarse y alzar la mano, pero sólo surgió un gemido. Tan asustado como ella, se quedó paralizado y algo pálido, por fin decidió que lo mejor sería acercarla al catre, donde la tumbó y la desnudó.

- Mandé a una mujer en tu busca

- ¿Sí? A mí nadie me ha buscado.- dijo él.

Merlín se sentía perdido, jamás había ayudado en un parto, pero no iba a dejar a solas a su querida niña. Escuchó voces de mujer cercanas y el golpe en la puerta indicó que alguien entraba. Era la mujer de antes acompañada por otra algo más joven, de cabellos rubios y ojos oscuros.

- Niniana.- saludó la mujer al hombre, que la miraba estupefacto, para luego redirigir su atención a la parturienta.

Obligaron al mago a salir al exterior, mientras Morgana hizo lo que se había jurado y sólo lloró de nuevo en ese momento, justo antes de tener sobre su regazo el cuerpecito sangriento y lloroso de Mordred.

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