jueves, 20 de octubre de 2011

Caudillo XVIII

Empapado en sudor y sangre Artus comienza a sentirse desesperado, los ataques cada vez más intensos y la muerte de gran parte de los caballos de guerra le han puesto en seria desventaja. Sin embargo no cesan los rumores sobre la cantidad de hombres que caen bajo su lanza, lo que atrae en un goteo incesante a más hombres con los que nutrirse. Hombres valerosos pero que poco saben de tácticas bélicas.

Artus se lava el rostro sobre una pieza de loza basta, que recoge el agua clara teñida en las heridas del caudillo. Una brecha en la cabeza, varios dientes flojos, probablemente varias costillas rotas y algún moratón irrelevante serán sus compañeros en la siguiente refriega.

Lucha por anexionarse varios territorios, pero sobre todo por acabar con algunos dux que le han traicionado. No quiere dejar a nadie impune, pero los malditos, aprovechando el orgullo herido del rex, se prepararon en unión con los invasores de la isla. Traidores a sus propias tierras, les llaman, pero su mayor número les hace fuertes.

Artus sabe que Leodegán, un caudillo del norte, le puede otorgar la victoria si se le une, pero éste remolonea e intenta aprovecharse consiguiendo la promesa de tierras, fuertes o plazas enemigas por conquistar. Leodegán de Carmelida es un hombre hosco, de presencia imponente, que trenza sus cabellos y sonríe con su sonrisa hueca, falta de dientes. De vez en cuando envía mensajeros al rex, intentando comprobar hasta dónde llega la desesperación de los hombres. Aún no han pactado nada, pero la presión comienza a ceder sobre los hombros del guerrero. Ve morir a sus mejores hombres bajo lluvias de flechas, o envenenados a manos de crueles ponzoñas en los pozos.

Esa noche se presenta Leodegán en persona ante Artus, sonríe y le abraza jocosamente entre sus brazos de oso. Comprueba como al muchacho le cuesta respirar, como aguanta el dolor punzante en los costados. Le ofrece el último pacto al que está dispuesto, no volverá a acudir a Artus pues si no lo acepta esa noche se unirá a los enemigos.

A la fría luz de la luna Artus sostiene entre sus manos las de un nuevo aliado, mientras el corazón le atormenta en un dolor más allá de cualquier herida de guerra.

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