miércoles, 26 de octubre de 2011

Caudillo XXIV

Artus abrió la puerta del aposento, ella se encontraba tendida en el lecho, con los ojos abiertos de par en par, las manos sobre las pieles, tensa, con las piernas ligeramente separadas.

- Wenhwyfar.- susurró él, pero ella no se inmutó.- Wenhwyfar mírame.

- Por favor, por favor, sed rápido.- sollozó ella entre hipidos. Era una chiquilla de cabello castaño rizado, cuerpo huesudo y apenas pecho. Artus se sorprendió cuando llegó a la Gran Sala. Tras haberse casado cuando ella era una niña habían esperado otros siete años antes de que Leodegán la enviase a su nuevo hogar, donde debía consumarse el matrimonio, pero ella no se parecía en nada a sus progenitores. Era excesivamente delgada y quejumbrosa. Aunque no dudaba de su educación e inteligencia no parecía que pudiese darle hijos alguna vez.

Se recostó sobre ella, que cerró los ojos con fuerza mientras las lágrimas se escurrían como ríos. Artus se sintió incómodo, debía mostrar las sábanas luego, para dar fe del desfloramiento de la muchacha, por lo que se preocupó por levantarla el camisón de fina tela, descubriendo sus piernas como palillos. Él mismo tenía ganas de cerrar los ojos y dejar que otro se encargara del asunto. Seguía echando de menos el cuerpo voluptuoso de Morgana, su cabello como el fuego y el olor a violetas que desprendía. Suspiró mirando con desprecio el cuerpo lánguido bajo el suyo que gemía sin cesar a pesar de que aún no la había tocado. Si hubiese sido Morgana todo habría sido distinto, pero esa mocosa era la razón por la que él no era feliz. Por eso la hizo daño, por eso jamás sería un buen marido para Wenhwyfar y por eso jamás la querría en su lecho salvo que los recuerdos de Morgana fuesen demasiado vívidos. Al fin y al cabo debía tener un hijo.

Al finalizar la chica se arrebujó sollozando, tapándose el rostro con las manos. Mientras Artus recogía la sábana blanca, con unas pocas gotas de sangre, para colgarla de la ventana y que todo el pueblo y los familiares de ambos diesen por hecho que el acto se había consumado.

- Escúchame Wenhwyfar, a partir de ahora tendrás que ser amada por mi gente, deberás asentir a todo lo que yo proclame y no quiero oír jamás que te quejas ni de tu señor ni de tu nuevo hogar. Acudiré a tu cama cuando me plazca y sólo para tener descendencia, no pienso hacerte feliz, de la misma forma que tu no me lo harás jamás a mí. ¿Comprendes?

Entre hipidos ella asintió, aferrándose a su camisón, esperando que él se marchara. Por fin él se levantó. Los recuerdos de sus noches con Morgana no habían desaparecido, y a pesar de que había estado con más mujeres ninguna parecía hacerle olvidar. Cuanto más tiempo pasaba más parecía que Morgana había sido la mujer perfecta, menos se acordaba de sus peleas y más anhelaba acariciar sus muslos bien torneados. Despreciaba a Wenhwyfar y a su maldito padre, pero los necesitaba. Junto con Lot eran los mejores aliados y también los más poderosos.

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