domingo, 30 de octubre de 2011

Caudillo XXVIII

A lo lejos divisaron un grupo caravanero de gentes, que se movían con paso constante pero lento. Merlín decidió unirse a ellos en busca de protección mutua.

Debían atravesar zonas abruptas y poco transitadas, mientras a lo lejos se oían los aullidos de los lobos, cada vez más y más cerca, acuciados por el hambre.

No era normal que se mercadeara en invierno, pero el rex había solicitado provisiones a algunas aldeas para festejar un banquete con todos sus hombres más cercanos. Se iba a celebrar la llegada de dos sobrinos de Artus, hijos de Enna y Lot que entraban en la edad de entrenarse para batallar al lado de su tío. Debían de tener unos pocos años menos que Galaad.

Estando ya muy cercanos al fortín del rex, los lobos atacaron. Fue un acto impropio de la manada, pero se lanzaron sobre un buey que hacía unos días se había lastimado una pata y cojeaba al andar. La bestia al sentir el ataque intentó correr entre mugidos lastimosos, acarreando consigo una de las carretas.

Entre los gritos de los hombres que intentaban asustar a los lobos Galaad corrió tras la carreta. Se abalanzó sobre el buey soltando empellones a un par de lobos que ya se habían aferrado a los cuartos traseros del animal. Dos hombres se atrevieron a ayudarle golpeando a los lobos con garrotes. Entre colmillos y ojos fieros el muchacho consiguió obligar a la pobre bestezuela a frenar, pisoteando a una de las fieras que resbaló entre sus pezuñas. Sujetando la cabeza cornuda Galaad sacó el cuchillo que utilizaba para desollar, procurando defenderse. Por fin y gracias a los perros que llevaban consigo, los lobos emprendieron la huida, dejando algún cuerpo caído.

Galaad resopló recubierto de sudor a pesar del frío, se sujetaba el brazo herido. El buey cayó al suelo sin poder sostenerse entre el goteo de su propia sangre, le habían mordido en el cuello, abriéndole una herida que manaba en un reguero. Los aullidos a lo lejos dejaban claro que volverían al ataque.

Merlín sujetó al muchacho mientras curioseaba la herida. Los hombres separaron el carro de la bestia malherida, mientras agradecían no haber perdido gran parte de los víveres, que empezaron a repartir en los otros carros. El pobre rumiante quedaría agonizante tras ellos haciendo que, con un poco de suerte, los lobos no les siguiesen.

- Gracias a tu hijo hemos salvado el festejo del rex.- dijo uno de los hombres a Merlín. Cuando los nervios ya se habían calmado y Galaad portaba orgulloso el brazo cubierto de ungüentos y vendas.

- No es mi hijo. Es hijo de una hermosa ondina.- respondió Merlín.

- ¿Ondina?.- preguntó extrañado uno

- Una Dama del Lago

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