viernes, 29 de julio de 2011

Lobo Malo

Jugando con Lobito sobre la hierba, riendo a carcajadas, enseñándole a no hacer daño, agarrándome a su pelo tieso, dejé de prestar atención a lo que nos rodeaba. De pronto Lobito interrumpió los juegos y se escondió entre mis piernas. Delante nuestro se encontraba el Lobo Malo, había cazado una presa que portaba entre las fauces, y en el silencio del cazador nos miraba atento.
Abracé a Lobito entre mis brazos, temiendo que nos atacase. Venteó con el hocico levantado sin cambiar su gesto fiero. Cuando se giró y corrió en dirección contraria no pudimos entender lo sucedido y no sé por qué demonios de sin razón me decidí a seguirle.

Lobo Malo no era Malo, era Madre, era Loba. Y aquellas veces anteriores que, en el pasado, nos había gruñido a Lobo o a mi, no arrugaba el hocico con malas intenciones, sólo nos quería alejar de sus crías.
Loba ahora nos tiene de amigos y la observamos desde la lejanía. Nunca dejará que Lobito se acerque, no es de su manada, es de la mía. Pero Loba ya no gruñe y deja que sus niños jueguen con Lobito, que necesitaba hermanos.

viernes, 22 de julio de 2011

Pequeños

Entre cuchicheos y risas aclaran la ropa, frotando y restregando contra la tabla de lavar. Las más mayores hacen chascarrillos sobre las jóvenes, las recién casadas y las primerizas. El agua del río está fría y los dedos de las manos comienzan a insensibilizarse. Cuando empieza a oscurecer y es hora de preparar las cenas a sus familiares se recogen las prendas húmedas y se portean en cestas de mimbre. Una de ellas sigue lavando, todas la conocen, es la matrona, la que las ayudó a parir a sus hijos.

Pronto se queda sola, pero no la importa, conoce el camino de sobra, no tiene prisa, nadie la espera. Canturrea una canción y mira al horizonte, esperando algo. Por fin aparecen. Se sienta y les mira con una gran sonrisa pero la mirada triste. Están en la otra orilla, se acercan al río pero nunca la miran. Sigue tarareando con las manos en el pecho, notando como el corazón se desboca.

Los niños juegan, ríen, pero pronto se alejan dejándola a ella de nuevo con el dolor más grande, dejándola con sus recuerdos.

Nunca nadie sabrá cómo la lavandera que nunca pudo tener hijos criaba aquellos que nunca llegaron a ser ni de sus madres ni de su mundo. Nunca nadie lo sabrá, a pesar de que el día de su muerte se oyeron llantos de niño más allá del río.

jueves, 21 de julio de 2011

La maldición

Es noche cerrada ya, pero necesita salir afuera para respirar el aire fresco. La luna inmensa, magnifica y exultante parece más cercana que nunca, más poderosa, más deidad. La muchacha, de aspecto joven pero curtido por el sol, se sienta en el suelo. Parece que el tiempo no pasa, parece que ya no hay nada más alrededor. Siente necesidad de bailar, de intentar alcanzar los pálidos rayos de luz, fríos como la muerte.
Comienza a mecerse mientras el viento gime entre las ramas de los árboles. Alza los brazos y estira los dedos. La trenza de su cabello se deshace, para agitarse como si se tratase de cientos de serpientes.
Los ojos en blanco, la cara languidecida, el cuerpo contorsionado.
Tras ella el templo vacío, las sacerdotisas dormidas. Ante ella Hera sonríe complacida, perpetrada su venganza.

martes, 19 de julio de 2011

En el mar

Oteando el horizonte decide acercarse poco a poco al agua. Anochece pero a lo lejos llegan las luces de los barcos, y tras ella los faroles en el paseo marítimo. Algunos van y vienen, jóvenes que ríen, muchachos de aspecto indolente, niñas monas que acarrean bebidas para el grupo. Algunas parejas sentadas en la arena deciden no prestarla atención. El mar ya lame sus pies desnudos. Un perro ladra en la lejanía y alguien ríe espasmódicamente. Las olas arremeten contra sus muslos, mientras se desliza el vestido, que cae al agua. Desnuda ya, siente la carne de gallina. Ya casi nota el sabor salado en sus labios. Dos chicos se han fijado en ella y la señalan con el dedo entre risitas. Por fin se lanza al agua que la acoge entre sombras y espuma.
Los chicos observan, esperando que resurja su cabeza de pelo oscuro, esperando quizá que al salir del agua se perfile un pecho o una nalga entre la oscuridad nocturna. Pasa el tiempo, los chicos se cansan y se van, al fin y al cabo no se ve bien, seguro que ya salió en otro lugar de la playa, ¿puede que se ahogase? No, seguro que no.
Y en las tinieblas humedas ella danza en remolinos, burbujea al son de las corrientes, nota las escamas en su cuerpo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Caminando

La legaña aún pegada al ojo impide vislumbrar más allá del café en la mano. Lobito tumbado sobre sus pies y la lluvia tras la ventana. Bosteza solitaria al eco de los azulejos de la cocina. Se rasca perezosa y Lobito la imita. Esta noche han surgido un par de bultitos a la espalda. No sabe si serán nuevas alas, aunque cree haberse notado una pluma.

domingo, 10 de julio de 2011

Regreso

Lobito se acurruca sobre mis piernas, empieza a ser demasiado grande y sé que un día deberé dejarle en el suelo. Lobito no se parece a Lobo, Lobito es prudente y cariñoso. Lobito es un alma cándida, parece un cordero y no un lobo. Lobito se refugia en mis brazos y me mira comprendiendo. Lobito no puede llamarse lobito, es demasiado nombre para un cachorro casi peluche. Pero Lobito mordisquea, como negándose a serlo. Ay Lobito, un día me acompañarás al país de los sueños.