domingo, 31 de enero de 2010

Alabada sea la lluvia

No es que atardeciese, es que las nubes cubrían el cielo y la luz desaparecía.
Témperas, acuarelas, lápices de colores, carboncillos... cubrían la mesa encima de folios, blocs, lienzos, telas...
Empezó a llover, la ventana se mojaba.
Se había manchado la camiseta, la cara y las manos. El gato se subió sobre un dibujo y se coloreó el lomo de azul.
Suspiró. Tiró el pincel sobre un bote relleno de agua, salpicando. Nada, no salía nada, era como si se hubiese quedado vacía.
Cogió al gato en brazos y salió bajo el agua, descalza. El gato la mordió y lo dejó en el suelo, para que pudiese huir.
La lluvia estaba fría. Caía sobre su piel (plof plof), chocando con el calor de su cuerpo.
Oyó risitas en los recovecos del jardín y sonrió.
- He vuelto.- dijo por fin. Y entonces se asustó. Hacía dos años que no hablaba, que no se sentía a sí misma. Se llevó la mano a la garganta y rió profunda y libremente. Rió hasta que dolió todo su cuerpo, hasta que la lluvia cesó, hasta que empezó a atadecer de verdad.
Decidió que era hora de un baño caliente, de música y de chocolate.
Oh sí, alabada sea la lluvia.

jueves, 28 de enero de 2010

Asi es


Siento un vuelco en el corazón. Me siento así tantos días... Solo puedo dar las gracias a la artista. http://aletavidal.blogspot.com/

miércoles, 27 de enero de 2010

Homenaje en fantasia a W. Collins

La señorita Hambled tocaba el piano a la luz de las velas, ni siquiera miraba la partitura. Por la ventana del saloncito se veía la tormenta, la lluvia golpeaba fiera, acompañando a la música. La verde campiña se teñía de gris. Los dedos agiles saltaban de tecla en tecla, y ella con la espalda erguida se mecía en el vaivén.

El cabello negro en un moño, el pecho constreñido en un corpiño francés, el miriñaque desparramado en el asiento, el frufrú de la seda contra la composición musical.

Su dama de compañía cosía en un silloncito, el perrito faldero reposaba a sus pies.

Tres días y estaría casada. La lluvia se estaba confabulando con el viento, la casa se estremecía. La dama seguía cosiendo, el perrito irguió la cabeza para alzar su oreja. La señorita Hambled golpeaba las teclas del piano cada vez con mayor fuerza, intentando no escuchar el sonido de la furia de la tormenta.

Tres días, la decía el viento. Tres días decía la lluvia. Tres días hermana, gritaban ambos. Pero la señorita Hambled se tapaba los oídos, tarareaba en alto para no escuchar.

Alzando su vestido, corrió a la ventana, la abrió de par en par. La damita asustada la gritaba, allí a lo lejos. El perrito aullaba. Levantando sus manos al aire la lluvia la empapaba, el viento la azotaba.

Llegaron los hombres, que fumaban un puro en la biblioteca. La damita lloraba desconsolada, la ventana abierta, la lluvia escampaba. En el suelo el vestido de seda empapado, el miriñaque roto, los zapatos de terciopelo, el collar, los pendientes… y nada mas.