miércoles, 27 de enero de 2010

Homenaje en fantasia a W. Collins

La señorita Hambled tocaba el piano a la luz de las velas, ni siquiera miraba la partitura. Por la ventana del saloncito se veía la tormenta, la lluvia golpeaba fiera, acompañando a la música. La verde campiña se teñía de gris. Los dedos agiles saltaban de tecla en tecla, y ella con la espalda erguida se mecía en el vaivén.

El cabello negro en un moño, el pecho constreñido en un corpiño francés, el miriñaque desparramado en el asiento, el frufrú de la seda contra la composición musical.

Su dama de compañía cosía en un silloncito, el perrito faldero reposaba a sus pies.

Tres días y estaría casada. La lluvia se estaba confabulando con el viento, la casa se estremecía. La dama seguía cosiendo, el perrito irguió la cabeza para alzar su oreja. La señorita Hambled golpeaba las teclas del piano cada vez con mayor fuerza, intentando no escuchar el sonido de la furia de la tormenta.

Tres días, la decía el viento. Tres días decía la lluvia. Tres días hermana, gritaban ambos. Pero la señorita Hambled se tapaba los oídos, tarareaba en alto para no escuchar.

Alzando su vestido, corrió a la ventana, la abrió de par en par. La damita asustada la gritaba, allí a lo lejos. El perrito aullaba. Levantando sus manos al aire la lluvia la empapaba, el viento la azotaba.

Llegaron los hombres, que fumaban un puro en la biblioteca. La damita lloraba desconsolada, la ventana abierta, la lluvia escampaba. En el suelo el vestido de seda empapado, el miriñaque roto, los zapatos de terciopelo, el collar, los pendientes… y nada mas.

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