lunes, 30 de enero de 2012

Caudillo XXXII

Artus se llevó la mano a la cara, acariciándose la mejilla enrojecida. Morgana le había abofeteado para librarse de su abrazo, pero después continuó golpeándole hasta que la dolió el brazo, más indignada aún al ver que él no se protegía, que no se cubría siquiera.
- Me lo merezco.- fue lo único que dijo él, lo que la enfureció más aún.
Se miraron en silencio, temblando, exhaustos.
- Debes irte.- acabó diciendo ella, con la voz ronca.
- No
- Vete, vendrá gente a verme. No deben verte
- ¿Me dejarás volver?
- No debes
- No debo, pero ¿me lo permites?
- No lo sé. No lo entiendes.
Antes de irse, sujetó la mano caliente de Morgana y la besó, suave, dulce. Prometió que regresaría y ella sólo asintió con la cabeza. La mirada triste, el cuerpo dolorido, la angustia en el pecho.
Mordred regresó al rato. Se parecía mucho a él. Tan alto y desgarbado para su edad, tan inconsciente a veces, tan risueño. A verle se le encogió el corazón. Quizá Artus debía saber que tenía un hijo. Después negó con la cabeza. Sabía lo que sucedería si Artus se enteraba, querría criarlo, querría llevárselo, pero eso sólo desencadenaría la guerra con Leodegán. Sería una afrenta para su pacto y si no la mataban a ella antes, debería ver cómo lo hacían Artus o Mordred.
Mientras su hijo saboreaba con fruición el caldo, ella rebuscó entre sus bolsas hasta encontrar un anillo y una cinta. El anillo se lo había regalado Artus cuando se desposaron y la cinta pertenecía a Enna, envolvía el regalo de boda que ella y Lot les hicieron.
- Mordred, hijo mío. Tenemos que irnos.
- ¿Madre?
- Tenemos que irnos. En cuanto acabes tu comida recogeremos y mañana al amanecer nos marchamos.
- Pero ¿no esperaremos a Merlín? Pensé que regresaríamos con él.
- No, no hay tiempo de avisarle. No te preocupes, mi pequeño duende.

viernes, 27 de enero de 2012

Caudillo XXXI

El inicio de la historia: La Leyenda del Bosque: Cacique I
Merlín se sentía cansado, tenía ganas de regresar junto a Niniana. Pero aún era pronto y Galaad comenzaba a actuar de forma peligrosa, emanaba orgullo y altivez. De hecho le veía demasiadas veces flirteando con las mozas, especialmente con Guinever. Podía ser un problema.
Sin embargo estaba contento de regresar al fortín, aún tenía buenos amigos entre los aldeanos, aunque muchos de sus antiguos conocidos habían fallecido. Por suerte Keu era un gran apoyo.
El mismo día en que volvió a entrar en la Gran Sala Artus le recibió anonadado, a su lado su joven esposa agachaba la cabeza sin atreverse a mirarle a la cara.
Artus le abrazó como si nunca se hubiesen separado y le palmoteó la espalda, luego se rió al comprobar lo viejo que se encontraba su antiguo mentor.
Bebieron y comieron mucho, mientras corrían historias y Galaad era alabado por su valentía. Cuando Merlín le pidió que aceptase al muchacho entre los suyos, Artus no dudó en aceptar el requerimiento. Habría hecho cualquier cosa por mantener a su lado a Merlín un poco más de tiempo.
Entrada ya la madrugada y cuando casi todos sentían las brumas de la embriaguez el rex se acercó a Merlín y apoyando la mano en la de su viejo amigo le preguntó por Morgana.
- Está muerta.- respondió el mago y curandero, dejando que la palidez en el rostro de Artus delatase sus verdaderas emociones. El caudillo se irguió, ladeándose hacia una esquina, donde vomitó entre arcadas.
- ¿Cómo murió?.- preguntó cuando las arcadas cesaron y todo a su alrededor dejó de dar vueltas.
- Se la paró el corazón. Murió de pena.
Artus dejó escapar un sollozo, agarrándose en un puño el pecho, incapaz de respirar.
- La muchacha que tú conociste, la niña pelirroja murió al salir de tu casa, Artus. Pero sobrevivió su cuerpo. Me acompañó en mi viaje hasta que estuvo demasiado cerca de ti.
- ¿Qué dices?.- grito enfurecido, agarrando al mago con sus manos convertidas en garras.- ¿No está muerta? ¡Bastardo cruel! Te pensé mi amigo…
- Y ella pensó en ti como su marido hace mucho tiempo. Suéltame chiquillo. Eres tú mismo quien se ha hecho daño.
- Sigue viva.- suspiró aliviado, cerrando los parpados para recordarla.
- La conocen como Morgause. Pero si eres un auténtico hombre no deberías visitarla jamás. Deja que ella viva como quien es ahora y no como quien fue. Vive con tu dolor como ella lo hizo y aléjate como tú la obligaste a hacer… No se merece más dolor, Artus.

lunes, 23 de enero de 2012

Caudillo XXX


Morgana atendía la caldera sobre el fuego, removiendo con una cuchara de palo, mientras el aroma se esparcía a su alrededor. Era un guiso de ciervo y castañas, delicioso y el preferido de Mordred. No se giró cuando escuchó a alguien abrir el portón, normalmente la visitaban muchos enfermos, por eso se limitó a pedir que tomase asiento. Pero el visitante no se movió.
Sorbió un poco del caldo y paladeó el rico sabor. Estaba a punto de ofrecer un cuenco al recién llegado cuando se giró y le vio.
Artus la miraba con los ojos vidriosos, erguido e imponente, cubierto por un manto propio de un caudillo como él, las cicatrices en el rostro le hacían parecer más mayor y un corte le afeaba la nariz. Los anchos hombros y los fuertes brazos demostraban que no se había reblandecido con el tiempo.
Ella sólo pudo abrir la boca, dejando caer la cuchara al suelo, abriendo los ojos de par en par, jadeando angustiada y temerosa ante esa visión como de fantasmas.
- Morgana.- por fin dijo él, cuando ella dejó escapar un gemido. Se abalanzó sobre ella, cayendo de rodillas, llorando como un niño, aferrándose a su cintura y enterrando el rostro húmedo en su vientre. Mientras ella le miraba estupefacta, ya nublados los ojos, con los brazos caídos a ambos lados de su cuerpo, sintiendo el cálido tacto, las lagrimas impregnándose en su vestido. Quiso acariciarle y mesar su pelo oscuro, como hizo en el pasado. Quería dejarse caer también y llorar a gritos. Pero el dolor que él la había causado se lo impedía.
- Perdóname, Morgana, perdóname, te lo suplico.- sollozaba él oprimiéndola con su abrazo.
- No puedo.- por fin dijo ella, quebrada su voz.- Levántate.
- ¡No! ¡no hasta que me digas que me perdonas!
- No puedo.- dijo en un hilo de voz.- levántate, por favor, eres un caudillo y nadie debe verte así.
Al fin Artus se levantó con gran esfuerzo, sin soltar el vestido de la mujer, como si temiese que se fuese a escapar. La miró y se secó el rostro con la manga de su camisola. Morgana deseaba tanto tocarle, recordar cómo era su tacto, cómo era el roce de su barba, pero se contuvo jadeando compungida.
Él llevó sus dedos a los labios que tantas veces había saboreado, sujetó entre sus manos los cabellos rojizos y sostuvo el rostro pecoso antes de besarla con fuerza, haciéndola daño, en un gesto furioso más que pasional.