sábado, 18 de febrero de 2012

Caudillo XXXVIII

El inicio: La Leyenda del Bosque: Cacique I
Enna paseaba inquieta por el pasillo, sin atreverse a entrar en la habitación donde Lot gritaba de dolor. Morgana se afanaba en curarle las llagas ulceradas, pero olía a podrido y ella ya sabía lo que eso significaba.
Mordred abrazó a Igena, que lloriqueaba sin atreverse a acudir a su madre. El muchacho soportaba el dolor de su amiga como si fuese el suyo propio. Desde el día en que llegaron, hacía ya cinco años, se había enlazado a la niña como si se tratase de su propia hermana. Ella también se encontraba sola, la gran mayoría de sus hermanos habían fallecido o habían marchado con Artus, mientras que sus dos hermanas mayores estaban ya casadas y viviendo en otros lugares. Habían compartido cama hasta hacía bien poco, pero desde hacía dos años, cuando Mordred cumplió los doce, les separaron. Si bien ellos salían a hurtadillas por la noche y se introducían en la cama del otro, tan habituados estaban a la presencia del amigo.
Morgana asomó la cabeza para hacer llamar a Enna. Lot había empapado las sabanas de sudor y se retorcía mascullando cosas sin sentido.
- Se muere, Enna.- informó la mujer pelirroja
- No puede ser, desde que viniste mejoró muchísimo. Por favor Morgana, por el bien que te ha hecho a ti y a tu hijo, que bien sabes que le quiere como a uno de los suyos. ¡Cúrale!
- No puedo, está muy mayor Enna, tiene sesenta y seis años, otros no habrían alcanzado esta edad con esas llagas. Es un hombre duro, pero es su hora.
Enna sollozó sobre el pecho de su marido. Cuando se casaron él tenía treinta años más, pero seguía manteniendo casi todos sus dientes y el cabello castaño y fuerte. La trató con tanto cuidado y tanto amor, que ella no dudó en entregarse a él en cuerpo y alma. Y ahora él se alejaba de su lado. Era el dolor más grande pues era su gran apoyo, incluso cuando tres de sus hijos habían muerto y el dolor parecía inmenso le había tenido al lado. Los gritos agónicos retumbaron en la habitación. El hombre se retorcía entre espasmos, sin poder ver ya dirigía la vista perdida al techo.
- Haz algo Morgana, haz que no sufra. ¡Dale algo te digo!.- pidió Enna con las lagrimas resbalándose por las mejillas.
- No hay nada que pueda calmarle ya, Enna. Lo único que puedo darle se le llevará.
- ¡Pues hazlo!.- Enna se tumbó sobre su marido, abrazándole, susurrándole para que se calmara, diciéndole cuánto le amaba, cuánto le necesitaba.
Morgana preparó una infusión en el caldero que colgaba en la chimenea de la habitación, olía a almizcle. Una vez estuvo listo lo sirvió en un cuenco y se lo llevó a Enna.
- Primero le dormirá y luego dejará de respirar muy lentamente
- Se lo daré yo. Bebe mi amor- dijo Enna, acercándole el cuenco a los labios. Mientras le acariciaba el pelo e intentaba calmarle, procurando derramar lo mínimo posible fuera de su garganta.
- Mordred, Mordred.- soltó a borbotones en sus últimas palabras el viejo caudillo.- Mordred es… mejor… heredero. Enna… lo sabes… que… le elijan.- dijo con un gran esfuerzo antes de cerrar los parpados mientras su respiración se acompasaba y aflojaba las manos apretadas a las de Enna, que le besó en los labios, sollozante y pálida.

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