domingo, 12 de febrero de 2012

Caudillo XXXVI

Gawain miraba de reojo a Galaad, que había recibido un caballo como regalo de Merlín, antes de que éste emprendiese su marcha. Gawain y Agravain los sobrinos de Artus, habían estado hablando sobre el nuevo guarda personal del rex. Sin duda era un joven gallardo y valiente pero demasiado altanero e irrespetuoso, sobre todo con las formas en que actuaba delante de la esposa de su tío Artus.
Se encontraban en una expedición, mientras Artus seguía recibiendo informes en el fuerte. Comprobaban que los poblamientos más lejanos estuviesen en perfectas condiciones, pues había llegado la noticia de nuevos ataques en el norte. Por ahora no habían encontrado rastro enemigo, aunque sí habían visto granjas abandonadas. Todo parecía en calma y los muchachos más jóvenes contaban chascarrillos y chistes, mientras que los más maduros no se fiaban de la falta de vestigios enemigos.
Decidieron acampar cerca del camino, alrededor de una buena hoguera para degustar la cecina salada con que se habían provisto. Los más jóvenes se quejaban pues no entendían por qué alejarse si nada sucedía, pero era la máxima de Artus, si quería seguir siendo caudillo de sus dominios, las aldeas debían sentirse seguras y amar a sus guerreros.
Agravain, apodado “el de las Duras Manos” afilaba con una piedra su espada, algo alejado de los demás, frunciendo el ceño cada vez que escuchaba la risa estridente de Galaad. Tras él escuchó un chasquido y se alzó como un resorte en busca de señales más allá de las ramas del bosque. Nada vio y lentamente se tranquilizó.
Como sombras, surgiendo de la nada varios hombres con cara tiznada les rodearon, apuntando con lanzas y cuchillos a los guerreros del rex. Uno de los más jóvenes quiso huir pero un corte certero en la garganta le hizo caer al suelo.
Faltaba Galaad, por más que Gawain revisó entre los muchachos él no estaba. Uno de los atacantes se dedicó a revisar entre sus bolsas mientras otros amontonaban las armas para llevárselas, sin duda les acabarían matando, pero mientras tanto la cabeza de los más experimentados bullía buscando las debilidades enemigas y una táctica plausible.
Un grito se escuchó en la oscura noche y uno de los agresores se desplomó en el suelo. Los malhechores gritaron y comenzaron una sangría matando a quien tenían más cercano, derribando hombres desprotegidos.
Galaad, que se había alejado para hacer sus necesidades había sido el que había cargado, ya que al regresar creyó que un ataque sorpresa les haría huir. Pero había desembocado esta reyerta sucia en la que se encontraban. Gawain y Agravain hombro con hombro asestaron golpes expertos con las manos desprotegidas viendo caer a algunos de sus amigos, mientras que Perkheval, uno de los más niños, corrió a ellos acarreando algunas de las armas.
Algunos de los salteadores huyeron, dejando atrás seis cuerpos sin vida. Mientras que de los hombres del rex ocho habían muerto o lo harían pronto. Cuando ya sólo se oían los resuellos y gemidos, los más jóvenes aullaron enérgicos al saber que por fin no quedaba ninguno más que matar y de entre ellos se escuchó uno que gritó eufórico:
- ¡El maldito “Hijo de la Dama del Lago” nos ha salvado!
- ¡Viva Galaad el del Lago!.- respondieron los demás
Gawain frunció el ceño molesto y agarrando el hombro de su hermano susurró:
- Ocho hombres en el suelo de veinte, hermano, ese crío irreflexivo casi hace que nos masacren.

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