miércoles, 15 de febrero de 2012

Caudillo XXXVII

Merlín se sentía terriblemente cansado pero nunca se había sentido tan feliz, caminaba despacio pero animado, ya quedaba poco hasta llegar a casa, donde Niniana le esperaba. Era tan hermosa e inteligente, sabía que tenía una enorme suerte y sólo deseaba pasar sus últimos años con las cálidas manos de su mujer masajeándole los hombros antes de dormir. Pensando en ello se dio cuenta de cuán dolorida tenía la espalda, iba a necesitar una de las friegas que Niniana sabía darle tan bien.
Tenía ganas de contarla las hazañas de su hijo, debería sentirse orgullosa, y seguro que querría compensarle. Aunque los tres años que había pasado fuera le pesaban como una enorme losa, sentía que su corazón volvía a vibrar, reconocía ya el bosque y allí a lo lejos estaba el pequeño poblado.
Se desvió hacia la rivera del río, buscando su choza. Se acordaba perfectamente y el estómago le dio un vuelco al verla en la lejanía. Caminó lo más rápido que pudo, llamándola a gritos. Pero algo interrumpió su voz, el techo tenía un enorme boquete, se había derrumbado. Asustado abrió el portón con gran esfuerzo. Dentro no quedaba nada salvo la mesa y algunos arcones. Caminó entre los restos del derrumbe, revolviendo por si encontraba algo de ella.
Finalmente acudió al pueblo con la mirada triste y el corazón tenso. Se encontró con una de las vecinas que traía agua del río. La conocía bien, la había colocado el hombro cuando se lo dislocó al golpearse en una caída. Cuando preguntó por Niniana la mujer negó con la cabeza y le pidió que entrase en su casa para comer y beber algo, aunque Merlín sólo quería saber qué pasaba se dejó conducir, se temía lo peor y no quería ni pensarlo.
La mujer llamó a otras de sus vecinas, todas conocidas del viejo. Encendieron la leña para él y le sirvieron cuajada, de la que no pudo probar nada.
- ¿Qué ha pasado? Podéis decírmelo mujeres.
- Escucha curandero, quizá pensó que no volverías.- dijo una.
- ¿Qué ha sucedido?.- Merlín se estaba entregando a los pensamientos más tenebrosos.
- Se marchó. Cuando os fuisteis.
- ¿Se ha ido? No puede ser, seguro que algo debió de pasarla.
- Anciano, lo que la sucedió fue que el herrero enviudó y se la llevó con él.
- ¿Qué? ¿Qué insinúas?
- No insinúo nada. Digo que es una historia de hace tiempo ya. Por el Señor de las Aguas, si el niño era igualito.
Merlín se levantó mareado y sin decir nada se alejó, desoyendo a las mujeres que le llamaban. Dejó que sus piernas le guiasen de vuelta a la cabaña donde tan feliz había sido. Abrió por última vez el portón chirriante y se sentó en una de las sillas, mirando la repisa de la chimenea, donde ella se sentaba al atardecer para seguir remendando los vestidos. Tenían que estar equivocadas, ella nunca le haría eso. No podía dudar de ella, estaba seguro que sólo se había ido en busca de refugio, quizá al interior del bosque.
No, ella no se había alejado de él, volvería. Seguro que regresaría a casa, en su busca. Seguro que ella notaría su presencia, era un hada. La esperaría, la esperaría allí, su refugio. La esperaría como seguro que ella había hecho.
Y Merlín cerró los ojos.

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