domingo, 31 de enero de 2010

Alabada sea la lluvia

No es que atardeciese, es que las nubes cubrían el cielo y la luz desaparecía.
Témperas, acuarelas, lápices de colores, carboncillos... cubrían la mesa encima de folios, blocs, lienzos, telas...
Empezó a llover, la ventana se mojaba.
Se había manchado la camiseta, la cara y las manos. El gato se subió sobre un dibujo y se coloreó el lomo de azul.
Suspiró. Tiró el pincel sobre un bote relleno de agua, salpicando. Nada, no salía nada, era como si se hubiese quedado vacía.
Cogió al gato en brazos y salió bajo el agua, descalza. El gato la mordió y lo dejó en el suelo, para que pudiese huir.
La lluvia estaba fría. Caía sobre su piel (plof plof), chocando con el calor de su cuerpo.
Oyó risitas en los recovecos del jardín y sonrió.
- He vuelto.- dijo por fin. Y entonces se asustó. Hacía dos años que no hablaba, que no se sentía a sí misma. Se llevó la mano a la garganta y rió profunda y libremente. Rió hasta que dolió todo su cuerpo, hasta que la lluvia cesó, hasta que empezó a atadecer de verdad.
Decidió que era hora de un baño caliente, de música y de chocolate.
Oh sí, alabada sea la lluvia.

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