viernes, 22 de julio de 2011

Pequeños

Entre cuchicheos y risas aclaran la ropa, frotando y restregando contra la tabla de lavar. Las más mayores hacen chascarrillos sobre las jóvenes, las recién casadas y las primerizas. El agua del río está fría y los dedos de las manos comienzan a insensibilizarse. Cuando empieza a oscurecer y es hora de preparar las cenas a sus familiares se recogen las prendas húmedas y se portean en cestas de mimbre. Una de ellas sigue lavando, todas la conocen, es la matrona, la que las ayudó a parir a sus hijos.

Pronto se queda sola, pero no la importa, conoce el camino de sobra, no tiene prisa, nadie la espera. Canturrea una canción y mira al horizonte, esperando algo. Por fin aparecen. Se sienta y les mira con una gran sonrisa pero la mirada triste. Están en la otra orilla, se acercan al río pero nunca la miran. Sigue tarareando con las manos en el pecho, notando como el corazón se desboca.

Los niños juegan, ríen, pero pronto se alejan dejándola a ella de nuevo con el dolor más grande, dejándola con sus recuerdos.

Nunca nadie sabrá cómo la lavandera que nunca pudo tener hijos criaba aquellos que nunca llegaron a ser ni de sus madres ni de su mundo. Nunca nadie lo sabrá, a pesar de que el día de su muerte se oyeron llantos de niño más allá del río.

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