viernes, 28 de octubre de 2011

Caudillo XXVI

Merlín estaba mayor para el viaje, por eso Morgana había insistido en acompañarle. Creía que ya nadie se acordaría de ella y que no supondría ningún peligro. Sólo Niniana se negó a seguirles. Según ella la iban a necesitar más en el bosque. Galaad se despidió de su madre entre efusivos abrazos y algún lloro, pero ya era casi un hombre y erguido en porte orgulloso montó en el barco que les alejaba. El viejo prometió regresar lo más pronto posible, mientras ocultaba los ojos enrojecidos. Le había prometido a Niniana cuidar de su hijo hasta que Artus le honrase, creía que el caudillo no se negaría, pues sabía bien que Merlín siempre le había apoyado en el pasado. Pero no deseaba perder demasiado tiempo lejos de su amada, en cuanto Galaad estuviese cobijado no dudaría en regresar.

De todos sólo Mordred parecía feliz con la idea del viaje. Le roía la curiosidad sobre las tierras de donde venía, deseaba conocer al hermano de su madre y descubrir los parajes de los que tanto le habían hablado. Galaad, siempre a su lado, se refugiaba entre el abrigo de pieles para que nadie le viese húmedos los ojos. Jamás había estado separado de su madre. Niniana le hizo prometer que sería aún más admirado que Artus y que jamás miraría atrás si no era recubierto en oro. No quería decepcionar a su propia madre, y menos aún a Lug el dios de todos, sobre el que había jurado.

El paisaje nevado se extendía hacia el horizonte, mientras el viento helado calaba en los huesos. De vez en cuando en alguna aldea eran alojados a cambio de alguna curación, pero pocas veces recibían alimento, que escaseaba para todos. Tampoco Galaad tenía suerte cazando en los bosques y las más veces acababan masticando raíces, que no nutrían pero sí apaciguaban el hambre.

Comenzaban a estar demasiado cerca de la Gran sala de Artus, y Morgana remoloneaba al avanzar, temiendo que aún pendiese sobre su cabeza la amenaza de muerte. Decidió quedarse en una aldea algo alejada, cuidándose como matrona y curandera al lado de su hijo. Merlín lo comprendió pero continuó el camino apoyado en la fuerte espalda de su hijastro. Las promesas siempre se debían cumplir.

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