martes, 20 de abril de 2010

Sed

La tocó con su dedo frío y pálido, erizándola la piel y un cosquilleo en el pecho. Sujetó el rostro mortecino entre sus manos morenas, para mirarle a los ojos.
- Debes irte.- dijo él en un susurro que la volcó el corazón.
- ¿Por qué? .- preguntó ella mientras negaba con la cabeza.
- Porque si sangras no me detendré.
Volvió a negar con la cabeza. A su espalda extendió las alas negras, que se estremecieron al compás de su cuerpo. Si él era lo que decía ser no la importaba el dolor que pudiese provocarla.
Su cuerpo helado como el hielo no se separó de ella, sujetándola y atrayéndola por la espalda.
Acaso era él el que no entendía que si ella sangraba y él bebía, no sólo moriría uno de los dos.


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