sábado, 3 de septiembre de 2011

Caudillo III


Ya no hay vortigern. Todos saben que ha muerto a manos de su antiguo amigo Aurelio Ambrosio, que ahora se proclama "rex", superior a todos, capaz de acabar con todos sus enemigos, cruel guerrero, avispado táctico. Nadie puede ni debe intentar negarse a obedecerle u ofrecer vasallaje.
Aurelio, cuya sangre latina aún resuena como ecos en sus venas, aún porta el águila en su pechera, está molesto con su hermano Uther a quien le ha caído en gracia un crío que hace trucos, un antiguo cortesano del vortigern.
Se limpia los dientes con el cuchillo, sentado a la mesa frente la lumbre, está cansado y se siente mayor, le preocupan sus hijos que son aún muy pequeños. Fuera de la tienda se escucha jaleo, hay revuelo pero Aurelio está cansado de las tonterías de su pequeña tropa.
Uther entra dando un empujón al guarda de la puerta y le grita algo que no entiende.
- Sosiégate hermano.- le pide ofreciéndole un asiento.- Traedle vino y una muchacha.- Ordena al guarda, un pánfilo que probablemente no ha luchado en su vida.
Se mira las cicatrices de los brazos y se palpa el ojo que le falta.
Uther no se sienta, se mantiene erguido, con la mandíbula apretada, hasta que su hermano decide mirarle a los ojos.
- Han entrado en casa.
- ¿Quién? ¿Qué dices?.- el rex comienza a sentir un cosquilleo en el estómago y aguanta la respiración. Por la puerta entra una niña apenas adolescente con una jarra apoyada en la cadera.- ¡Llévatela! ¡Vete! ¡Vete!.- grita enfurecido
- Han matado a los niños, ni siquiera las mujeres se han librado, todo arde Aurelio, todo arde.
Aurelio se levanta tirando al suelo la mesa, derramando los restos de la cena. Se tambalea agitado y la respiración le falta.
- Mi hijo... .- murmura sin voz.
- Todos muertos. Mi mujer también.
- El pequeño... ¡no! ¡no! A mí no, yo soy el que ha parado a esos sajones de mierda, yo soy quien ha traído la paz, les voy a matar a todos ¡a todos!.- grita escupiendo saliva al aire, preso de la ira, del dolor.
Uther se mantiene firme, ni siquiera acude para sujetar a su hermano, quien cae al suelo golpeándose con los puños así mismo. Aurelio ha encanecido y engordado, si bien es su hermano ya no le considera su líder, en ese estado lamentable Uther le desprecia más que nunca. Él mismo le había avisado de lo que podía acarrear su actitud, su altivez, la maldita vanidad, la ostentación de joyas y fruslerías de las que hacía gala delante de sus compañeros de batalla, de sus antiguos amigos y compañeros.
- Ha sido desde dentro, hermano, alguien les atrancó las puertas y en medio de la noche, mientras dormían, les prendieron fuego.
- Todos.- gime el rex, el creador de un reino débil pero rico.
Tres noches más vivió en su ira y desesperación, con sus sueños, de formar una gran dinastía, rotos, antes de ser envenenado en su propia tienda, en su propio plato.

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