jueves, 29 de septiembre de 2011

Caudillo XIV

Artus había hecho que le fabricaran una réplica de la coraza que algún día tuvo su tío, la única diferencia era que al águila le acompañaba una serpiente alada enroscada en sus patas. Entre los más mayores circulaban cuchicheos sobre su gran parecido con Aurelio Ambrosio, ojos pequeños pero vivaces, nariz ancha y recta, cabello oscuro y porte altanero. Había conseguido granjearse el apoyo de nuevos combatientes gracias a sus atolondradas ideas, que le habían llevado a luchar cuerpo a cuerpo contra auténticos guerreros. Gracias a sus ideas de tomar sus raíces de sangre latina se había preocupado por enterarse de las tácticas militares romanas. Keu le había enseñado todo lo que sabía y más, viajando en busca de otros monjes más preparados e incluso ancianos que recordaban lo contado por sus abuelos. Todo lo aprendido le había mostrado que los invasores no estaban preparados y actuaban como un grupo salvaje y estúpido, rapiñando sin control, despreocupándose de vigilar sus espaldas, lo que acabó significando que la preparación de Artus conducía a sus hombres a la victoria, liquidando a muchos más enemigos de los que podrían reponer. Comenzó a prepararse una caballería preparada y se enseñó a aquellos que buscaban su protección cómo actuar como un solo hombre, cómo protegerse unos a otros y cómo levantar los escudos contra las flechas.

Muchos de aquellos que le habían abandonado comenzaban a unirse con el joven, o bien caían después de infructuosos ataques. Artus se estaba labrando el reconocimiento y admiración de aquellos que prestaban atención a los contadores de historias, que marchaban de aldea en aldea realzando y colocando más y más florituras en las batallas del nuevo rex, la mayoría cantadas en primer lugar por Merlín.

Llegó cansado y sudado, había cabalgado con su caballo, una bestia poderosa que se movía como una extensión del jinete. Merlín le esperaba, aunque dejó que le sirvieran agua y unos paños para refrescarse. Artus ya no era un chiquillo, su mirada era más fiera y lucía con orgullo cicatrices en brazos y rostro, incluso se había tatuado el símbolo de la guerra en el antebrazo.

- Merlín tendrías que habernos visto, en cuanto hemos aparecido han huido todos los maleantes del bosque.- dijo entre risas el joven.

- Me alegro, llega hasta ellos tu fama, eso es bueno.

- Lo sé, lo sé, pero escucha cuando vieron mi pechera uno grito que el maldito dragón estaba con los guardas, otro gritó de miedo y todos se retiraron.- volvió a reír con más ánimo, palmeando mano contra mano.

- Sí Artus, pero hay algo que quiero decirte..

- En serio, me temen, muchos dicen que soy la imagen de mi tío reencarnado, otros dicen que soy el mismo diablo. ¡Muchos bajan la mirada cuando paso cerca!

- Sí, escucha, hay alguien aquí que quiere verte

- Venga mago, no me hagas ver a más campesinos, ya sabes que me aburren, deja que sea Keu quien se encargue de esas cosas, ya te lo dije.

- No, espera y calla un momento.- dijo Merlín con voz cansada mientras acudía hacia la puerta de la Gran Sala y mandaba acudir a alguien, a quien sostuvo de la mano.

Una deliciosa joven de pelo rojizo, y grandes ojos rasgados y verdes, se inclinó con la gracia etérea de un hada, para después mirarle fijamente con una sonrisa pícara. Artus la miró con la boca abierta, algo resultaba familiar en ella. Keu llegaba con un pergamino de la mano cuando vio a la muchacha, soltó un grito y dio gracias a Dios antes de abrazarla con todas sus fuerzas.

- Es Morgana, Artus, mi hermana ¡está aquí!

1 comentario:

  1. Bieeeen. ¡Me alegro de que se retome la vida, hazañas y desventuras de Artus!

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